A la hora de comer, fue muy difícil escoger algo apetitoso. Todo tenía nombres complicados. Mi madre se decidió por un "filet avec cremme carotte" y yo la imité. A pesar de que hablaba fluidamente inglés, español, italiano y ruso, y entendía algunas palabras en francés y portugués, no descubrí lo que significaba el nombre del plato hasta que nos trajeron la comida. Un fallo enorme, odio la zanahoria. Estuve toda la tarde escuchando las críticas de mi madre hacia otras mujeres del pasaje y a mi tía relatando cómo había conocido a todos sus exmaridos. Pedí permiso para irme cuando se disponían a criticar a la familia de mi mejor amiga, quien se había quedado en tierra y yo me sentía sola sin ella. Fui a tomar el aire a proa y vi a una pareja. La chica estaba apoyada en la barandilla con los brazos extendidos y él la sujetaba por la cintura mientras ambos miraban al horizonte. ¡Menudo par de locos! ¿Y si se rompía la barandilla? Farfullé un rato por lo bajo y me fui a mi camarote hasta la hora de cenar . Me sentía afortunada por tener un camarote propio en un barco tan grande y lujoso. Alrededor de las doce, yo estaba sentada en un banco en la cubierta de popa. Sentí una fuerte sacudida y me levanté. Miré a proa y vi aquel gigantesco iceberg. Salí corriendo a avisar a mi padre, y camino de su camarote, un hombre me agarró, arrastrándome hacia los botes salvavidas. Me sentaron al lado de mi madre y un niño de unos dos años. Entonces lo entendí. Estaban poniendo a salvo a las mujeres y a los niños. Mi padre se ahogaría junto con los demás hombres del pasaje. Desesperada por pasarme el resto de mi vida sin mi padre para protejerme de los ofensivos comentarios de mi madre hacia mi persona, salté del bote y me escabullí entre los brazos de los marineros que intentaban retenerme. Encontré a mi padre en la sala de mandos. Me lancé a sus brazos ante la mirada atónita del capitán. Todos los presentes me gritaban que volviera a los botes, pero me negué rotundamente a dejarle allí. Moriría con él si hacía falta. Para ponerme a salvo, mi padre me cargó a su espalda y me llevó a los botes, sentándome en el mismo sitio en el que estaba antes. Justo antes de que bajaran los botes, me agarré a él, haciéndole caer dentro de la barca. Me dio un bofetón y yo lo abracé. Estaba dolorida, pero feliz. Nos alejamos del barco, que se partió en dos en cuanto nos separamos de él. Después de seis horas a la deriva fuimos rescatados.
Andrea, 1ºESOB
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