La noche del domingo 14 de abril de 1912 notaba que el viento azuzaba demasiado, pero no sabía por qué.
Con la fuerza con la que soplaba consiguió abrirme, y pude darme cuenta de que nos íbamos a estrellar contra un iceberg.
Intenté avisar, pero nadie me oía; a las doce menos veinte ya habíamos colisionado y, de repente, se abrieron seis grietas en las bodegas.
Antía, 1º ESO A
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